Una tarde fría de otoño, Lía
descansaba oyendo blues en el salón de su casa. El día se prestaba a eso, al
recogimiento. La música invitaba de perderse y dejarse llevar hasta donde su
imaginación fuera capaz de llevarla. Y eso hizo, se dejó llevar. Las yemas de
sus dedos, recorrían suave y pausadamente su rostro. Su sien, sus párpados, sus
mejillas, sus labios. Se paró en ellos para recrearse, para degustar el sabor de sus dedos como quien saborea el
más dulce y jugoso de los helados. Acarició su cuello, como el más fiel de los
amantes, y continuó trazando cada rincón de su cuerpo al ritmo de la acompasada
música.
De repente, comenzó a sonar el Bolero
de Ravel, y aunque no era de estereotipos, aprovechó la coyuntura del ritmo
para engarzarse en el puro placer por el placer, sin pensar en nada ni en
nadie, sólo oyendo lo que su cuerpo le susurraba. Sus manos campaban a sus
anchas por los muslos y pechos, regocijándose con cada roce, con cada caricia, con
cada presión. Se detuvo un instante en los pezones que erguidos parecían
llamarla a gritos. A cada pellizco subía su adrenalina y se calentaba sus
entrañas. El roce de sus dedos entre los muslos, la ponía a cien por hora.
Al acelerarse el ritmo de la música,
se aceleró el ritmo de sus movimientos. Sus dedos, pasaron de acariciar su
pubis a introducirse con maestría entre sus mojados labios inferiores, húmedos
y escurridizos, la llenaban de sensaciones y de placer. Su respiración comenzó
también a acelerarse, dejando escapar sutiles quejidos de placer.
Con una mano satisfacía los
deseos de sus húmedos labios, de su ávida boca y de sus carnosos pechos, ambiciosos
de placer; y con la otra, la necesidad imperiosa de sus entrañas que querían devorar
sus dedos una y otra vez sin bajar el ritmo, buscando el más oscuro de los vicios
y el más primitivo de los deseos, con un tenue jadeo quejumbroso de placer que
la invitaba al goce y a coronar la cima de su deleite lujurioso.
Despuçes de un letargo despierto pausaamente
ResponderEliminarMe alegra mucho volverte a leer. No debes dejar pasar tanto tiempo.
ResponderEliminarLas caricias autoproporcionadas son el consuelo de los sedientos de júbilo
ResponderEliminar¿Y por qué no?
ResponderEliminar