domingo, 6 de julio de 2014

PENUMBRA


Ella yacía dormida, aunque su sueño no podía ser muy profundo porque no hacía mucho tiempo que se había retirado a su habitación vencida por el cansancio y el sueño. No sabía si se trataba de un sueño o una fantasía. Pero fuera lo que fuere, le resultaba muy placentero. Sentía los roces y caricias por su cuello, por su torso, por sus nalgas. Hacía un rato estaba tan cansada que simplemente se quitó la ropa y se había metido bajo la sábana. Así, sea lo que fuere lo que le estaba pasando, sería muy sencillo de sentir. Las caricias eran suaves y diestras en su trabajo, el aliento cálido al respirar tras su nuca, y la atmósfera se cargaba poco a poco de sensualidad. Le acariciaba luego, deslizándose con las suaves yemas de los dedos la frente, la nariz, sus labios, la barbilla… Continuó por su cuello, su pecho…, y comenzó a besarla. Besos cálidos y húmedos que erizaban el vello aunque una no quisiera. No paraban las caricias, y quién quería que pararan con lo bien que la hacían sentir.

Pronto, esos delicados y certeros dedos descendieron poco a poco en su tarea. Bajaron hasta el pubis y comenzaron a acariciar otros labios, que con esas caricias se humedecían y permitían, sin apenas oponer resistencia que los invadieran. Los besos tampoco pararon, suaves, delicados y certeros por cada pedacito de piel. Lamía sus pezones que se erguían a cada estímulo. Y que bien que lo hacía, pareciera que la conociera y conociera todo lo que a ella más le gustara. Era el amante perfecto, el que olvida  todos sus egoísmos para satisfacer y complacer a quien yace junto a sí y comparte su lecho.

Pronto, algo más grande que aquellos ágiles dedos se acercó sigiloso a sus muslos y no pidió permiso para entrar. No lo necesitaba, se había ganado el pase. Con movimientos de cadera suaves y rítmicos, ninguno más fuerte que otro, iba calentándose el ambiente, sin prisas pero lleno de sensaciones, tanto interiores como exteriores. De esas que hacen estremecer los cuerpos. De esas que se quieren más y más, como si fueran drogas.


El inusual amante, le ordena subir, cabalgar sobre su cuerpo cual amazonas, controlando ahora ella a la bestia, el ritmo de la marcha, al paso, al trote…, según le fuera  pidiendo el cuerpo. A cada envestida una nueva sensación de placer con ritmo acompasado de la marcha, una y otra vez. Estiraba su espalda dejándose caer hacia atrás y volviendo a erguirse  consiguiendo así que la penetraran hasta las profundidades de su ser. Sabía lo que se hacía, no era la primera vez….

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