Sabes Mery, no quisiera acabar mis días sin hacer realidad mi sueño.
Quizá pareciera tonto a los ojos de cualquiera pero cada cual tiene sus más perturbadores deseos, y el mío en los últimos tiempos viene siendo éste. Es un sueño recurrente del cual despierto empapada entre mis piernas, con los ojos vidriosos y sin apenas aliento. Soy incapaz de explicar el porqué, porque tampoco es que sea una experiencia ni tan excitante, ni tan extremadamente sexual o casi pornográfica como me deleita a mí tenerlos, pues con ellos me despierto más viva y ávida de sexo.
En mi sueño, ato de pies y manos, desnudo, a mi amante. Y lo obligo a mirarme. No sé cómo lo hago, pero lo consigo. Consigo que no quite su vista de mí ni un instante, y me mire fijamente. Que me observe en todo lo que hago ante su atenta mirada, sin poder hacer nada, sólo recrearse.
No soy una profesional, ni tampoco me creo ni una experta ni una diosa. Simplemente lo hago por diversión. Porque me gusta. Me gusta disfrutar y sentirme deseada. Y en ese momento siento ambas cosas.
Me despojo de toda mi ropa. Sin prisa, pero sin pausa. Me estorba. Comienzo mordiéndome los labios. Eso me pone muchísimo. Mientras, acaricio mis tetas y maltrato mis pezones. Eso me pone a cien. Qué digo a cien, a mil. Debo ser bastante puta, pero no se lo digas a nadie. Recorro sensualmente mi cuerpo con la punta de mis dedos, con mis manos y cada cuando, me toco con alguno el clítoris. Ese interruptor del placer. Con el cual se desboca la pasión y el desenfreno propio.
Me siento en un sillón escarranchada frente a él. Abierta completamente de patas. Mostrándole todo mi coño jugoso y depilado. Ese enorme y frondoso coño con que me dotó la naturaleza, y se lo abro todo para él. Se lo ofrezco, pero no le dejo acercarse. No puede, está atado, sólo puede mirarme. Y me mira. Vaya que si me mira. Con los ojos bien abiertos.
Con una mano maltrato mis pezones y con la otra me entretengo en mi clítoris. Mientras siento esa cara de vicio que se me pone cuando gozo, con los ojos casi en blanco mordiéndome los labios, chupándome un dedo y todas esas cosas que me encanta hacer cuando disfruto yo misma de mi cuerpo.
Al introducir mis dedos en mi coño, noto como chapoteo en él. Estoy super mojada. Siempre lo estoy, para qué engañarnos. El chof chof de mis dedos al entrar y salir se convierte en constante. Con una mamo sigo entreteniéndome en mi clítoris, porque no puedo parar, el placer es superior. Mientras con la otra, entro y salgo de mí una y otra vez. Primero con un dedo, luego dos, hasta cuatro llego a meter. No tengo saciedad.
Decido deleitarme a mí misma con insultos. Siempre me han puesto, a tal punto de acelerar mis orgasmos, eso y jadear. No sólo es que el placer me haga jadear, la mayoría de las veces, el jadear y el llamarme viciosa, puta y zorra, acelera mi orgasmo. Y esta vez lo aceleró. Vaya que lo aceleró.
De repente, recuerdo una escena que vi en un vídeo porno y decido probar. Con una de mis manos alterno entre el chítoris y mi cavidad, y con la otra me la introduzco en el culo. Al principio es una sensación un poco extraña, pero con lo excitada que estoy, pronto le cojo el tranquillo y comienzo a disfrutar como una perra. Máxime cuando decido entrar de delante atrás, a dos manos. El placer es lo máximo. Sublime. No puedo parar. Ya no puedo parar. Entre insultos, jadeos y sus dedos quedo exhausta, chorreando entre sus piernas como si la hubieran follado sin piedad.