jueves, 2 de julio de 2020

Divina


No sabía por qué llegó ni siquiera a planteárselo. Pero lo llegó a pensar muchas veces, no lo podía remediar. Realmente era algo que le gustaba y disfrutaba con ello. Le gustaba sentirse una diosa, una reina, una puta. Había descubierto que disfrutaba teniendo el poder en sus manos, en sus labios, en su boca. Y lo había descubierto por casualidad. Sabía que los hombres sucumbían a eso que era un placer, y al contrario de lo que se pudiera creer en una mujer, ella disfrutaba igual o más que ellos.
Su boca se hacía agua cuando tenía una polla cerca. Sólo de imaginar todo lo que podría hacer con ella le subía la lívido, le arrancaba una sonrisa picarona y maliciosa, le disparaba la imaginación y mojaba su entrepierna. No imaginas cuánto.
Primero, como si de un delicado tesoro se tratara, le gustaba acariciarla suavemente. Desde la punta hasta el tronco, sin olvidar en ningún momento los huevos. Ellos también eran parte de su ritual. De su estudiado ritual. Gustaba de hacer círculos en la punta de la polla, en el prepucio, acompasando con ligeros movimientos con su otra mano en toda la piel que la cubre. Mientras, prepara su boca, ensaliva sus labios, como si fuera a comer un sabroso helado, pero sin detenerse ni un instante. Detenerse no está en sus planes en ningún momento.
Primero la lame, disfrutando cada rincón de ella, lentamente, disfrutando y haciendo disfrutar del momento. Con su otra mano, masturba suavemente el tronco, pero sin parar ni un instante. No hay prisa. Hay que deleitar y deleitarse. Le gusta dar pequeños chupones a la punta y jugar con su lengua en el orificio, pero, sin parar ni un segundo. Y sin dejar quieta la otra mano que se entretiene con los huevos, con la base del nabo, o simplemente  masturbándolo al mismo tiempo.
Le gusta emitir pequeños gemidos cuando lo hace. Es muy placentero su trabajo, que simplemente no lo es, porque disfruta y hace disfrutar. Con su boca, con sus labios, con su lengua. Todo un deleite a los sentidos.
A veces acelera a conveniencia propia o por petición. O en el ritmo de la succión, de la masturbación manual o bucal, según se le antoje en ese momento. Ella es la que manda y no permite lo contrario.
Cuando su amante acaba, ella saborea ese líquido divino sin dejar derramar ni una sola gota. Y continúa, como si de un chupete se tratara, deleitándose con la mamada, con su gran obra. Disfrutando con esa preciada posesión entre sus labios. No dejando indiferente a su amante.

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