En su caminata de media tarde
despertó su inusual curiosidad una chica
sola sentada en un banco. La verdad es que no era espectacular pero algo en
ella le atraía irremediablemente a sentarse muy cerca. Así lo hizo, se apropió
de un banco frente a ella y de un plumazo se dispuso a escanearla. Se dio
cuenta de una cosa singular, aquella chica no llevaba puestas sus bragas. Era
extraño, porque aunque estuvo muy de moda años atrás, las chicas de ahora preferías
la ropa femenina sexi, pero la llevaban puesta.
La observó detenidamente, sus
rasgos, sus gestos, su mirada… No sabía si alguien más se había percatado de
aquel detalle que a él tanto le atraía y le excitaba de forma incontrolada. Ella, ajena
a todo y a todos, leía tranquilamente, con su minifalda amarilla y su blusa de
satén. Cada poco se quitaba el pelo de la frente y continuaba ensimismada en la
lectura. Con la lengua mojaba sus labios que parecían resecarse porque permanecía
largo rato con su boca entreabierta. Se mordía el labio y cambiaba de postura
en su asiento...
Entre las piernas se dibujaba lo
que él ansiaba como el más exquisito manjar, invitándolo a ser devorado. No
sabía que si aquello era su fantasía o realmente aquella chica llevaba rasurada
su vulva como a él tanto le gustaba y a la vez agitaba. Fuera lo que fuera había conseguido acelerar
su respiración, exaltando sus más primitivos instintos y disparando su
imaginación hasta extremos hasta para él peligrosos.
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