De pronto, una sombra apareció de la nada por detrás y la asió
por la cintura. Ella no dijo nada, era como si esperara compañía sin ni
siquiera saber quién era o para qué venía. La sombra de pronto habló, pero no
reconoció su voz. Le ordenó que no gritara y que contuviera esa respiración
acelerada que tenía por un instante. Sin mediar palabra, la agarró por el cuello
de la camisa y de un tirón la hizo girones, como si supiera que sus senos
estaban libres de ataduras.
De un empujón la tiró al suelo y es cuando vio que llevaba pasamontañas,
y por eso no le reconocía. Su asombro no dejó que pudiera gritar o decir nada.
Con gran agilidad ató sus extremidades a las fijaciones que usan para montar
las tiendas de campaña, pero no sentía dolor, al contrario, estaba muy
excitada. Su respiración dejó de ser rítmica para convertirse en desesperada.
Su agresor, se acercó de forma pausada, como midiendo cada
uno de sus movimientos y comenzó a tocarla de forma lasciva, provocando
impulsos hasta ahora reprimidos en lo más recóndito de los deseos de Lara.
Acariciaba sus pechos cuan panadero amasa su labor. Friccionaba sus pezones, de
uno en uno, o los dos a la vez, lo que le proporcionaba un placer desmesurado y
ante el que no pudo reprimir gemidos de placer, hasta ahora acallados.
Retiró el pasamontañas hasta la nariz, dejando libre su boca,
con la que mordisqueó y lamió la piel desnuda. Desde sus mejillas hasta su
ombligo, deslizando su lengua ensalivada lentamente, pero sin olvidar ningún
rincón de aquel cuerpo semidesnudo.
Lara no lo soportaba más. Estaba demasiado excitada. Su
cuerpo pedía a gritos o que parara, o que continuara hasta el final. Su sexo,
aún oculto bajo la poca ropa que le quedaba, chorreaba y palpitaba. De sus
labios salían lamentos de placer desmesurado y desesperación. No era el
momento. Él así lo había decidido, debía seguir sufriendo, Debería seguir
pidiendo a gritos que no parase. Deslizó sus manos y los largos dedos bajo sus
bragas cual pianista ante una gran sonata. Lo lamió rítmicamente con su lengua
y sorbió su néctar… Decidió apagar las llamas y calmar sólo así los ríos por él
desatados. Lara, no lo soportó más y arrancó de su pecho un grito desesperado tras el que sosegó sus ansias.
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