viernes, 18 de marzo de 2011

SORPRESA

     Mientras Micaela lavaba la loza en la cocina su amo se acercó por detrás y la empotró contra el fregadero. La agarró por el pelo y le mordió sin dudarlo en el cuello. Micaela intentó girar su cabeza pero le era imposible, no la dejaba, no podía moverse. Se mordió el labio con fuerza, contuvo la respiración y siguió su faena, deseosa de que sus ansias fueran dominadas. Él se acercó aún más y la envistió con fuerza. Quería poseerla como fuera, como el animal que era y se sentía. Los más bajos instintos se habían adueñado de la situación y ambos querían continuar a toda costa. Manoseaba lascivo su cuerpo con una pasión desenfrenada y un afán lujurioso, como poseído por un deseo desenfrenado y libidinoso imposible de controlar. Parecía no ser dueño de sí pero en el fondo tenía todo bajo control,  ella lo sabía y se dejaba hacer.

     Estaban solos, nadie podía oírlos. Nadie oiría los gritos, los lamentos, los jadeos de placer y dolor que se sobreponían como uno sólo y caldeaban aún más si se podía el ambiente. Le dio la vuelta, bajó sus bragas de un tirón y la penetró sin miramientos. Cabalgaron de pie, juntos al unísono durante un rato y rápidamente la giró de nuevo para tomarla por detrás. Ambos estaban muy excitados y no fue nada difícil. Arqueó su espalda y le apoyó sus brazos en la encimera. Entró suave pero con decisión, ambos querían eso y ella parecía una perra en celo al sentir la rítmica fricción del viril miembro. Eso la volvía loca y él lo sabía. Claro que lo sabía, y mientras la penetraba le agarraba sus pechos, amasándolos cuan virtuoso panadero pero sin dejar de hacerla suya ni por un instante. Recreándose y excitándose al mismo tiempo con  los gemidos de placer de Micaela que eran música para sus sentidos.  No pudo detenerse ni un instante más y se  derramó en ella.

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