martes, 3 de julio de 2018

Y POR QUÉ NO


Aquella noche me apetecía ver una película porno con mi amigo Mario. De esas que ponen todos los viernes en el canal plus. En mi casa no podía, era imposible,  por mis padres.

Llamé a la puerta con vergüenza y apuro. Como siempre, la sensación de estar pidiendo favores.
Pero me quemaba por dentro. Me ardía la entrepierna, era lo único que tenía en mi cabeza. Aquella peli... Me encantaba el porno, siempre me ponía a 100, o a 1.000.

Se abrió la puerta y me quedé atónito. Una hembra, la hermana de Mario estaba ante mí. Me quedé paralizado. Con los ojos bien abiertos mirándola fijamente. Mudo.

- ¡Pasa! 
Entré como quien entra al matadero. Y para ver si me salvaba  le pregunté - ¿Está Mario?
- ¡No! No hay nadie. Salieron todos. Pero quieres verla, ¿verdad?
-Sí sí.
No pude decir nada más.
Me dijo que podía poner la película. Que ella la quería ver también. Lo sabía. Pero que si no me importaba,  quería darse una ducha primero.
Desapareció en el pasillo y al poco tiempo oí el agua golpear el suelo de metal. Definitivamente se estaba duchando. Imaginé mil y una cosas de esa ducha. El agua cayendo por su cuerpo, su cara de satisfacción. De placer, de lujuria....

Me saqué la polla con algo de esfuerzo, porque tenía las piernas encogidas, y sentí enseguida el aire del comedor en la cabeza. Sentí también alivio, porque habían pelos que se soltaron. Estaba orgulloso de semejante tronco reluciente que tenía en las dos manos. Lo apreté, y vi salir una gota transparente que luego repartí con mi pulgar alrededor de la punta y por todo el glande.

Estaba aterrado porque no sabía lo que pasaría, y porque yo era virgen.
De pronto, se hizo el silencio y como un ángel se me acercó descalza y con un camisón super transparente dejando a la vista aquellas enormes tetas y otras cosas que yo sólo habia visto en películas y en imágenes furtivas. No me dio tiempo de ver más, pues se me abalanzó encima y me manchó toda la cara. Su saliva escurría por un lado de mi garganta.

Me sacó la polla de las manos y la aparté.
¡Maldita sea!! Dije yo para mí. Ella estaba a un lado del sofá encogida de piernas y brazos. Yo en el lado opuesto acordándome del cabrón de Mario.  No me lo podía creer, estaba en pleno debate entre mi conciencia y mi polla.

Miré a aquella mujer de 38 años y me dio pena. Era como si la estuviera rechazando por su físico o su edad. También me pregunté si acaso no estaría ella pensando si yo era maricón. Tenía ante mí aquella imponente hembra, toda para mí y la había rechazado.

Entonces,  me puse de pié y me bajé sin dudarlo los pantalones hasta las rodillas. La agarré, y abrí sus piernas con las mías. Sólo yo hacía fuerza. Le solté una de las manos porque mi pene se empeñaba en penetrarla por el muslo, y quería encauzarlo.

Noté como tenía igual de mojado su coño, que su boca, que salivaba mucho.

La penetré. La penetré a empujones bruscos y profundos. Sentí lo más hondo de su alma húmeda en mi punta, y mis testículos, golpeando en un charco. Estaba empapada.
Nunca había sentido esa sensación. Y me gustó. Me gustó mucho.

Me dejé la vida en el propósito. Se me hizo corta la faena cuando me apretó el culo...  ya venía aquel tremendo gusto.

Me acordé de que aquello podía complicarme mis 16 años y lo agarré como pude con la mano derecha, para a toda prisa, regarle con mi leche su barriga, sus pechos y su cara.

Estaba cabreado conmigo mismo. No podía entender por qué había terminado. Tocándome,  me pegaba horas.

La chica parecía satisfecha. Me tumbé sobre ella y noté como me llenaba de semen yo también. Me dio un beso y un abrazo, y me fuí. Sin correr, pero como el que había robado algo. Al llegar a casa aún estaba sudando, pero ahora era como un triunfador. O así me sentía 


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