Me dispuse a catarlo, a probar con delicado esmero el
género, pues quería apreciar su calidad. Lo sometí a todos y cada uno de mis
sentidos, en particular al del gusto y el olfato, como si de una copa de buen
vino se tratara. Intentar conocerlo,
buscando sus diferentes defectos y sus diferentes cualidades con el fin de
expresarlos, estudiarlo, describirlo, definirlo, juzgarlo, clasificarlo...
Descubrir lo
desconocido, lo impredecible, lo enigmático. Por eso, me situé ante él, como se
sitúa uno que fuera a enfrentarse a lo
prohibido, a lo inalcanzable. En ese instante, la adrenalina se dispara y los
sentidos se agudizan. En ese instante, uno no quiere que se le escape ningún
detalle, ninguna sensación. Esa actitud de atreverse a catar lo prohibido, lo
desconocido y misterioso.
Parecía tan
inocente y vulnerable, tan relajado, tumbado sombre las sábanas blancas. Olía a
limpio, y yo cual leona preparada para abalanzarme sobre su presa… Por qué me
ocurría esto, qué significaba este juego camaleónico en que se había convertido
mi vida. No lo pensé más y con decisión, mas con sumo deleite, comencé a
hacerlo mío con mis dulces y húmedos besos, que lo recorrieron una y otra vez
para éxtasis de los que ahora eran amantes…
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