Se encontraba sola. Permanecía en la penumbra de su habitación porque no le apetecía que sus ojos despertaran del dulce letargo. El reloj marcó la siete y ella sintió que desde su cuarto la estaban llamando. Puso una suave y cálida música a los oídos. Se despojó de la poca ropa que llevaba y se tumbó para estar más cómoda. Comenzó un ritual, tantas veces coartado por las circunstancias.
Sus manos, se deslizaban por el desnudo torso de su delicado cuerpo. Sus dedos, reparaban en los rincones de goce que sólo ella conocía. Se detuvo por un instante en sus senos, firmes y que pedían a gritos ser consolados. Los apretó uno contra otro, una y otra vez, los acariciaba buscado ese placer vedado a incultos en las artes amatorias, y reservados sólo a quien anhela dar y recibir placer. Frotaba sus pezones, cuyo roce levantaba las más oscuras pasiones, hasta ahora dormidas en su angelical mirada. Pero su cuerpo pedía más y más, por lo que siguió avanzando en su juego, cada vez más placentero.
Asímisma se propinaba insultos que la excitaban aún más si cabía. Deslizó sus dedos por las oscuras y húmedas grutas del placer, acariciando con sumo deleite aquellos labios carnosos, teñidos de carmesí que se ocultaban sigilosos a todas las miradas. Aquellos, que desde las profundidades despertaban suspiros y jadeos, ansias y sofocos, que en esos momentos nadie podía reprimir. Aquellos que pedían que no parase un instante, que se desvivían por la intensidad de las caricias, que querían más y más. Hasta que un grito, anunció que todo había acabado y que los latidos se habían mudado de escenario.
Es curioso como los "insultos" son fuente morbosa.
ResponderEliminarBeso
Toni