Se mantuvo largo rato en la penumbra observándola, clavándole su mirada
como gato goloso ante un exquisito manjar. Más tarde, cuando venció su timidez
comenzó a acariciarla muy suavemente, primero sus pálidos brazos desnudos,
luego su cuello, y finalmente su rostro. Ella se mantenía expectante ante
aquella situación que le había cogido por sorpresa. Qué le hacía a ella
merecedora de tal agasajo y tal dulzura. No le encontraba explicación alguna.
Por un fugaz instante pensó retirarse, pero se sentía confortable en sus
brazos, protegida del exterior, y aunque no estaban solos, no había nadie a su
alrededor. El contacto con su piel la perturbaba, pero al mismo tiempo la
excitaba con locura hasta el punto del delirio. Quería comérselo a besos, pero
permanecía aturdida ante el desconcierto que le provocaba su extrema timidez.
Por qué le estaba sucediendo a
ella, por qué no la habían preparado para ésto, por qué…
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