Se conocieron cuando ya creían que era muy tarde para ellos. Los dos habían recorrido ya con pasos firmes el camino de sus vidas y su sabia comenzaba a secarse, marchita por el paso del tiempo. Hasta aquel día.
En el otoño de sus vidas habían conocido la primavera de sus sentimientos. Con timidez y vergüenza, a penas llegaban a rozar sus manos. Como dos adolescentes enamorados, gustaban pasear por las callejuelas y resguardarse en los oscuros soportales para no ser observados por los ojos alcahuetes de quien observaba. Habían descubierto lo dulces que eran las caricias y lo jugosos que podían llegar a ser los besos. Habían descubierto el rico sabor de los amores tardíos.
Como una pareja de amantes vírgenes, se dispusieron en la oscuridad de una noche a probar el cálido deleite con el que toda pareja sueña en su primera vez. Con pulcro pijama él y con camisón y bata de seda ella, cerraron tras de sí la puerta de aquella habitación de hotel. Con luz tenue, comenzaron el ritual tantas veces ensayado con esmero, de quitarse poco a poco la ropa que los cubría. Bajo ella, dos cuerpos de nacarada piel, plagada de arrugas. Sus caricias despertaban los sentimientos y las sensaciones dormidas durante años. Sus delicados besos los encumbraban a las cimas más altas. Sus susurros, escondían la más bellas y seductoras palabras. Y su gozo, ay su gozo, los llevó aquel día, en su juego a coronar los altares...
Quién dijo que el amor tenía edad…
No hay comentarios:
Publicar un comentario