Suaves y delicadas eran las caricias
en sus aterciopeladas pieles. Cálidos los susurros…
Ante los curiosos ojos del transeúnte, una amistad, y en la oscuridad de
la noche, los más tiernos amantes. Bajo las sábanas, sus manos se deslizaban
con pausado frenesí, recorriendo los rincones que sólo ellas conocían de
memoria, al milímetro. Con sutil suavidad, deslizaban sus dedos maestros en la
labor de dar y recibir goce y placer. Sus húmedas lenguas, diestras en largos
recorridos, se desenvolvían hábilmente para regocijo de los amantes,
serpenteando con virtuosa delicadeza sus cuerpos. Resoplaban en sus oídos
suaves gemidos de éxtasis, embriagando los instantes. Se sucedían las caricias,
infinitas y sensuales…
El hechizo del momento las había
atrapado para su propio asombro, estaban cautivas, presas de una atracción irresistible
que ambas consideraban prohibida.
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