Abría su pequeña boca con suavidad para mordisquear aquella pieza de fruta jugosa y madura mientras ésta le chorreaba lentamente, sin apenas darse cuenta, por su cuello. Él mientras tanto no le quitaba ojo, como felino expectante ante una cacería certera. Ella impávida ante tal situación, dejaba que la suave brisa de la tarde ondeara su cabello cuan bandera olvidada en un mástil, y disfrutando así del frescor que traía el alisio en una tarde de agosto y del exquisito manjar que asía entre sus dedos.
Todos se percataron menos ella de aquel espía, que en el crepúsculo del día acechaba todos y cada uno de sus armoniosos movimientos, que para el deleite de sus ojos, le parecían perfectos. Ni un movimiento descompasado, ni un tono irregular en sus palabras, ni una mirada fría… Todo le parecía ideal en ella.
Tras largo rato contemplándola, se acercó sigiloso, decidido a atrapar tan desvalida presa entre sus brazos y sólo acertó a articular un simple y desnudo “hola”.
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