Se mostraba sensual pues sabía que nadie la observaba. En su cuarto, en la penumbra jugaba a ser observada por ojos curiosos y realizaba ademanes de incitación a los ojos huérfanos de cariño, cuan meretriz instruida. Pero todo era fantasía, fantaseaba en la soledad de sus tardes, y de sus noches, con embeber las ricas mieles de los labios ajenos. Con dulces caricias que la encumbraran a lo más alto, con tiernos susurros… ¿Y qué daño hacía? Aún a nadie se le había ocurrido cobrar por los sueños y ella era la reina de sus visiones.
Sentada en su cama, contemplaba sus tiernas y suaves carnes. Deslizaba sus dedos acariciando sus muslos jamás por nadie profanados. Acariciaba su rostro, imaginando dulces agasajos y galanterías. Se sentía mujer, pero quería que otras manos y otros ojos así también la sintieran. Que bebieran los ricos néctares que tenía para ofrecer. Que sintieran ese palpitar frenesí que desde su flor más preciada tenía para brindar y ahora clamaba con grito sordo, que nadie oía…
No hay comentarios:
Publicar un comentario