Lo había
pensado durante mucho tiempo y había decidido que ya era hora de cumplir con el
capricho que tantas veces él le había suplicado. Provista apenas de una
desgastada camiseta que dejaba entrever sus firmes pechos y sus delicados
pezones, se había hecho con una maquinilla de afeitar y espuma. Estaba
dispuesta a ser rasurada.
Laura se
plantó frente a él y lo inquirió diciendo -“aquí estoy, puedes empezar cuando
tú quieras. Soy toda tuya”. Acto seguido comenzó con el suntuoso ritual. El
bello púbico relucía e invitaba a ser devorado, pero se resistió como
pudo. Pidió unas tijeras; debía de
cortar la espesura de color canela, sin apenas rizo que poblaba el carnoso
monte de Venus. Y poco a poco fue
retirando aquella suave espesura.
Hizo que se
tumbara y arqueara sus delicadas rodillas; parecía lista para ser tomada, pero
no. Continuó con aquel acto protocolario que tantas veces había deseado y hoy
culminaba. Rasuró con delicadeza
alrededor de los labios que con su color carmesí, invitaban a ser deleitados
con la lengua. Al acabar, admiró y no se resistió a acariciar su obra.
“Tómame”- lo
incitó Laura. “Tómame y hazme tuya”. Con el pubis limpio, inducía a ser devorada.
Ella, imploraba y suplicaba, se retorcía de placer en aquel sillón. Gemía como
gata en celo, pidiendo ser poseída, dominada…