jueves, 9 de julio de 2020

Bien zorra

Sabes Mery, no quisiera acabar mis días sin hacer realidad mi sueño.
Quizá pareciera tonto a los ojos de cualquiera pero cada cual tiene sus más perturbadores deseos, y el mío en los últimos tiempos viene siendo éste. Es un sueño recurrente del cual despierto empapada entre mis piernas, con los ojos vidriosos y sin apenas aliento. Soy incapaz de explicar el porqué, porque tampoco es que sea una experiencia ni tan excitante,  ni tan extremadamente sexual o casi pornográfica como me deleita a mí tenerlos, pues con ellos me despierto más viva y ávida de sexo.
En mi sueño, ato de pies y manos, desnudo, a mi amante. Y lo obligo a mirarme. No sé cómo lo hago, pero lo consigo. Consigo que no quite su vista de mí ni un instante, y me mire fijamente. Que me observe en todo lo que hago ante su atenta mirada, sin poder hacer nada, sólo recrearse.
No soy una profesional, ni tampoco me creo ni una experta ni una diosa. Simplemente lo hago por diversión. Porque me gusta. Me gusta disfrutar y sentirme deseada. Y en ese momento siento ambas cosas.
Me despojo de toda mi ropa. Sin prisa, pero sin pausa. Me estorba. Comienzo mordiéndome los labios. Eso me pone muchísimo. Mientras, acaricio mis tetas y maltrato mis pezones. Eso me pone a cien. Qué digo a cien, a mil. Debo ser bastante puta, pero no se lo digas a nadie. Recorro sensualmente mi cuerpo con la punta de mis dedos, con mis manos y cada cuando, me toco con alguno el clítoris. Ese interruptor del placer. Con el cual se desboca la pasión y el desenfreno propio.
Me siento  en un sillón escarranchada frente a él. Abierta completamente de patas. Mostrándole todo mi coño jugoso y depilado. Ese enorme y frondoso coño con que me dotó la naturaleza, y se lo abro todo para él. Se lo ofrezco, pero no le dejo acercarse. No puede, está atado, sólo puede mirarme. Y me mira. Vaya que si me mira. Con los ojos bien abiertos.
Con una mano maltrato mis pezones y con la otra me entretengo en mi clítoris. Mientras siento esa cara de vicio que se me pone cuando gozo, con los ojos casi en blanco mordiéndome los labios, chupándome un dedo y todas esas cosas que me encanta hacer cuando disfruto yo misma de mi cuerpo.
Al introducir mis dedos en mi coño, noto como chapoteo en él. Estoy super mojada. Siempre lo estoy, para qué engañarnos. El chof chof de mis dedos al entrar y salir se convierte en constante. Con una mamo sigo entreteniéndome en mi clítoris, porque no puedo parar, el placer es superior. Mientras con la otra, entro y salgo de mí una y otra vez. Primero con un dedo, luego dos, hasta cuatro llego a meter. No tengo saciedad.
Decido deleitarme a mí misma con insultos. Siempre me han puesto, a tal punto de acelerar mis orgasmos, eso y jadear. No sólo es que el placer me haga jadear, la mayoría de las veces, el jadear y el llamarme viciosa,  puta y zorra, acelera mi orgasmo. Y esta vez lo aceleró. Vaya que lo aceleró.
De repente, recuerdo una escena que vi en un vídeo porno y decido probar. Con una de mis manos alterno entre  el chítoris y mi cavidad,  y con la otra me la introduzco en el culo. Al principio es una sensación un poco extraña, pero con lo excitada que estoy, pronto le cojo el tranquillo y comienzo a disfrutar como una perra. Máxime cuando decido entrar de delante atrás, a dos manos. El placer es lo máximo. Sublime. No puedo parar. Ya no puedo parar. Entre insultos, jadeos y sus dedos quedo exhausta, chorreando entre sus piernas como si la hubieran follado sin piedad. 

jueves, 2 de julio de 2020

Divina


No sabía por qué llegó ni siquiera a planteárselo. Pero lo llegó a pensar muchas veces, no lo podía remediar. Realmente era algo que le gustaba y disfrutaba con ello. Le gustaba sentirse una diosa, una reina, una puta. Había descubierto que disfrutaba teniendo el poder en sus manos, en sus labios, en su boca. Y lo había descubierto por casualidad. Sabía que los hombres sucumbían a eso que era un placer, y al contrario de lo que se pudiera creer en una mujer, ella disfrutaba igual o más que ellos.
Su boca se hacía agua cuando tenía una polla cerca. Sólo de imaginar todo lo que podría hacer con ella le subía la lívido, le arrancaba una sonrisa picarona y maliciosa, le disparaba la imaginación y mojaba su entrepierna. No imaginas cuánto.
Primero, como si de un delicado tesoro se tratara, le gustaba acariciarla suavemente. Desde la punta hasta el tronco, sin olvidar en ningún momento los huevos. Ellos también eran parte de su ritual. De su estudiado ritual. Gustaba de hacer círculos en la punta de la polla, en el prepucio, acompasando con ligeros movimientos con su otra mano en toda la piel que la cubre. Mientras, prepara su boca, ensaliva sus labios, como si fuera a comer un sabroso helado, pero sin detenerse ni un instante. Detenerse no está en sus planes en ningún momento.
Primero la lame, disfrutando cada rincón de ella, lentamente, disfrutando y haciendo disfrutar del momento. Con su otra mano, masturba suavemente el tronco, pero sin parar ni un instante. No hay prisa. Hay que deleitar y deleitarse. Le gusta dar pequeños chupones a la punta y jugar con su lengua en el orificio, pero, sin parar ni un segundo. Y sin dejar quieta la otra mano que se entretiene con los huevos, con la base del nabo, o simplemente  masturbándolo al mismo tiempo.
Le gusta emitir pequeños gemidos cuando lo hace. Es muy placentero su trabajo, que simplemente no lo es, porque disfruta y hace disfrutar. Con su boca, con sus labios, con su lengua. Todo un deleite a los sentidos.
A veces acelera a conveniencia propia o por petición. O en el ritmo de la succión, de la masturbación manual o bucal, según se le antoje en ese momento. Ella es la que manda y no permite lo contrario.
Cuando su amante acaba, ella saborea ese líquido divino sin dejar derramar ni una sola gota. Y continúa, como si de un chupete se tratara, deleitándose con la mamada, con su gran obra. Disfrutando con esa preciada posesión entre sus labios. No dejando indiferente a su amante.