martes, 22 de junio de 2010

MOMENTOS DE GLORIA

            
             Aquel oscuro día, decidió pedirle que se bajara los pantalones. Y por qué no, los calzoncillos tan sexis que llevaba aquel día, pero para lo que ella lo quería, le molestaban…

Acarició con las manos sus nalgas, como quien palpa el más fino terciopelo. Avanzó, y él no opuso resistencia. Se recreó en el escroto, aquella bolsita que protege como un delicado paquete, los testículos, tan apetecibles para el juego. Los tocó, una y otra vez… Los besó delicadamente, los lamió y cambió de táctica. Comenzaba a notarse muy, muy excitado, pero el juego aún no había mas que empezado.

Ante ella, se erguía, con toda la majestuosidad, su miembro, invitando a ser devorado, a ser poseído, y ella era la candidata perfecta para acometer  ese trabajo. Lo sostuvo entre sus manos y comenzó a proporcionarle gusto. Un placer pausado y sin prisas, pero lleno de gozo y satisfacción. En su rostro, se reflejaba ese placer durante tanto tiempo contenido, y de pronto comenzó a jadear. Ella, se lo metió en su boca para jugar con sus labios y su lengua cual meretriz, introduciéndolo una y otra vez, con un ritmo acompasado y perfecto. Cada cuanto tiempo acariciaba con la lengua la parte baja de los testículos, o entrada de la uretra, extasiando aún más si cabía, a su amante.

Él estaba encantado, pero ella se regocijaba con complacerlo de aquella manera que tanto le gustaba. Después de un rato de regocijo e inmenso placer, con un grito seco, hasta ahora contenido, decidió derramarse entre sus pechos sin mediar palabra…

lunes, 14 de junio de 2010

LUNA DE FEBRERO


            Apareció sigiloso en la habitación donde Laura se disponía a vestirse.  No la dejó. Aprovechó su desnudez para asirse a su cintura,  agarrando  sus tibias carnes,  la  embistió por detrás como lo hace la mayoría de los machos del reino animal, y la puso sobre la roja alfombra. Arqueó sus rodillas y levantó su pelvis sin dejar de acariciarla un momento. Sus actos, primitivos, contrastaban con la ternura con la que a la vez la trataba e intentaba regocijarla para que no se sintiera perturbada. Le susurraba al oído palabras obscenas, que procedentes de sus labios llenaban su pecho de frenesí y ansia. Con sus ligeros dedos, recorrió la infinidad de puntos que sólo él sabía que la volvían loca. Con su larga y húmeda lengua, saboreó las mieles, que se le ofrecían sin oponer resistencia.

Era el momento y lo sabía. Quería poseerla como nadie lo había hecho nunca. Quería hacerla suya, y proporcionarle ese placer difícil de olvidar…  Ese deleite vedado a la moralidad y a las buenas costumbres. Tenía que hacerlo, y ella, lo estaba pidiendo a gritos.


Se acercó con suavidad, para no violentarla, humedeciendo la puerta por la que debía acceder, para no ser rechazado. Continuaba al mismo tiempo con su sinfonía de piano, porque sus manos nunca se detenían en su afán de proporcionar goce. Logró entrar y Laura comenzó a experimentar sensaciones por ella  nunca vividas, de éxtasis, de placer. Con cada movimiento, su cuerpo respondía complaciente y pedía más, y más, porque ahora había probado el néctar y la ambrosia de las divinidades.