martes, 13 de marzo de 2012

ESO

Aquel era un día como todos los demás, y sin embargo era diferente. Juan se había levantado con un hormigueo distinto en el cuerpo. Con unas ansias que necesitaba mitigar como diera lugar. Y tras ojear el periódico, había encontrado la solución. En las páginas centrales se le presentaban mil y una candidatas que aplacarían cual extintor sus sofocos. Quien le iba a decir, que como los gatos en febrero tenía una necesidad imperiosa de sosegar el desespero. Cogió el teléfono y concertó una cita sin  importarle el precio. Una hora más tarde ya estaba en el número 5 de la calle Peralta para encontrarse con una desconocida.

Tocó en la puerta y le abrieron, sin él percatarse de quien había sido. Entró entre penumbras y suave aroma a rosas hasta el final de la estancia donde se adivinaba una silueta femenina de marcadas curvas. Sus ojos se abrieron de par en par para ver si adivinaba su rostro, pero fue inútil. Se acercó a ella sigiloso pero decidido y la agarró por la cintura. Llevaba puesto un corpiño de cuero muy ceñido con las tetas al viento. Listas para ser saboreadas. Pezones firmes en aquellos pechos tan suculentos que hacían babear a cualquiera. Sus nalgas al aire pues el tanga de hilo sólo cubría levemente su sexo pulcramente rasurado. Todo un manjar. Las masajeó para asegurarse que eran reales y no era una ilusión. Parecía un sueño. Uno con el que muchas veces había mojado su cama. Pero esta vez era real, y era toda para él.

Aquella diosa, lo agarró por un brazo y lo llevó a la habitación de al lado, donde una cama redonda ocupaba toda la estancia. Lo arrojó sobre aquellas sábanas negras de satén negro sin dirigirle ni una sola palabra. Lo agarró por sus manos y comenzó a recorrerle el cuerpo con su larga lengua. Cada rincón, cada trocito piel…, como quien dibujara una filigrana. Con sus delicados dedos, acariciaba su rostro, con sus pezones, rozaba su pecho… Al llegar al ombligo, se detuvo un segundo, y con sus carnosos labios, buscó aquello que se erguía entre los muslos temblorosos de Juan. Chupó y chupó sin parar, hasta el punto que estuvo a punto de correrse sin pensar en nada, pero de pronto paró. Con los pies en el suelo se inclinó, se giró, se agarró de la cama y le invitó a que la hiciera suya sin perder un segundo. De un tirón arrancó el tanga y muy obediente se dispuso a cumplir sus órdenes.

Aquella, gata gritaba y gemía no sé si dolor o de placer, pero a Juan eso le excitaba aún más, y no podía parar de hacerla suya una y otra vez. Ya sabía que su cuenta no iba a ser nada barata, pero  eso no le importaba, porque en ese momento se encontraba en el paraíso, con un ángel al que sí podía tocar y hacer todo aquello que tantas veces había soñado en sus frías y solitarias noches…

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