miércoles, 8 de septiembre de 2010

ASPID

Con su rodilla le rozó en el muslo, como quien hace algo prohibido. Mil y una caricias se perdieron en la infinidad de los momentos, antes de que sus manos llegaran a tocarla. Luego, ella se giró y lo miró directamente a la cara. Permanecieron así un momento y con sus ojos se dijeron todo. Ana tomó la iniciativa y lo besó suave, sólo rozándole los labios, mientras le acariciaba su rostro. Le cogió las manos, lo miró de nuevo y juntaron tímidamente los labios. Él se incorporó y casi con violencia la agarró por la nuca y le dio un beso profundo, al que siguieron muchos más…

Ella comenzó a acariciarle el pecho, le volvía loco, un par de minutos después estaban besándose de nuevo, no podían parar.Se tumbaron sobre la hierba, se desprendieron de su ropa y buscaron la complicidad  de sus cuerpos para continuar. Fueron muy pronto presa de esos deseos incontrolados de amarse, acariciarse, besarse, fundirse  en un solo bloque, aunque entendieron que tanta pasión los dejaría pronto exhaustos.

Se acariciaron. Con las yemas de sus dedos pincelaron la piel que les cubría, por turnos. Desde la frente, bajando por los húmedos labios, el cuello… Recorriendo el pecho sin olvidarse de los pezones. Esos que siempre invitan a ser devorados y tantas pasiones desatan. De pronto, él cambió los dedos por su lengua. Esa larga, húmeda y juguetona lengua. Recorrió sus aureolas, los senos y de nuevo volvió al pezón. Ana, se retorcía de placer pero no tenía donde agarrarse mas que de la verde y fresca hierba. Sus gemidos silenciosos se enfrentaban a la expresión de su rostro. 

Por un momento se detuvo ante el asombro inesperado de su amante, pero sólo era para coger aliento porque ahora se había adentrado en las profundidades. Apartó sus muslos, porque parecían estorbarle para aquel menester. Se había adueñado de su “sexo” y estaba dispuesto a dar y a recibir placer. Con suma maestría lamía, chupaba e introducía su lengua docta en el selecto arte amatorio, en los más profundos, recónditos, húmedos y oscuros lugares. 

Ana no podía más, se retorcía sobre la hierba mientras su conocedor amante continuaba, una y otra vez. Ella, contraía sus músculos, levantaba sus caderas acompasadamente, con el ritmo que él le había otorgado a su lengua, como si fueran uno. De improviso, Ana con un profundo y seco grito culminó su estado de éxtasis y quedó abatida sobre la hierba.

3 comentarios:

  1. Sexo con una desconocida, algo sublime. Notar ese hormigueo antes de "lanzarte" y esa descarga de adrenalina al ser "aceptado".

    Glorioso

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  2. Un buen amante ha de saber el gusto y el placer que una lengua bien usada les puede proporcionar a ambos...

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  3. La pasión desbocada muchas veces proporciona un placer efímero

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